La abuelita estaba muy preocupada. Caperucita hacía días que no le traía pasteles y sus agujas de coser, con las que le preparaba esas chaquetas de punto que tanto le gustaban, también habían desaparecido.
Caperucita era una niña valiente y sabía cuidarse por sí misma, pero las agujas de coser ¡eso era otra cosa! Ella las heredó de su madre y ésta a su vez de su madre y así hasta que la historia tiene recuerdos.
La abuelita llamó al leñador y le contó lo sucedido, quien se mostró, como siempre, dispuesto a ayudar lo máximo posible. Lo primero que hizo fue ir a ver al Lobo Feroz, pues creía que podría estar aún enfadado por lo que le hicieron y que esté buscando venganza (como todos sabemos del cuento Caperucita Roja y el Lobo Feroz).
Cuando el leñador fue al Lobo Feroz, éste negó saber nada del asunto, ni había visto a Caperucita ni sabía nada de unas agujas de coser. El leñador se marchó, pero desconfiado y permaneció escondido cerca de donde vivía el Lobo Feroz.
Éste, cuando vio que el leñador se había ido gritó:
– ¡Caperucita, Caperucita, ya puedes salir!
Sorprendentemente Caperucita apareció llevando una cesta de pasteles y se las ofreció al lobo.
– Recuerda nuestro trato -, dijo ella. – Te seguiré trayendo pasteles, pero debes esconder las agujas de coser. ¡Estoy harta de tantas chaquetas de punto, ya soy mayor para llevarlas!
Al oír esto, el leñador salió al encuentro de ambos y les riñó a los dos. La abuelita estaba muy preocupada por todo y esconderle las agujas de coser estaba mal. Los tres (Caperucita y el Lobo Feroz avergonzados) fueron a ver a la abuelita, que abrió sorprendida la puerta a sus invitados.
El leñador le contó todo lo sucedido y Caperucita y el Lobo Feroz le pidieron perdón. Al ver el desánimo en Caperucita, el leñador le dijo a la abuelita que su nieta era ya muy mayor para las chaquetas de punto, pero que los leñadores siempre necesitan nuevas para su trabajo. El Lobo Feroz también se animó a pedirle una chaqueta de punto, porque la suya estaba ya muy vieja y consiguieron entre todos animar a la abuelita. Por fin, todos juntos y contentos, se comieron los pasteles que Caperucita había traído y pasaron un día estupendo.